"Estuve casada 20 años; fue un infierno. No solamente me agredía físicamente, me torturaba psicológicamente todos los días", relata Emilia (el nombre es ficticio), para quien el sufrimiento aún no termina. Tras soportar los golpes y los malos tratos de su ex marido, que actualmente vive en Montpellier, al sur de Francia, ahora se encuentra en un hogar transitorio porque su hija, siguiendo los pasos del padre, la agrede verbalmente.

Emilia es delgada, menuda, de un rostro muy dulce que aparenta unos 10 años menos de los que tiene. Es amable y sigue creyendo en la vida. Sin embargo, las secuelas de la violencia no sólo se perciben en el temor a su hija, o en los ataques de pánico que todavía padece. Además sufre de problemas en la cadera y en la columna, sus huesos han quedado frágiles como consecuencia de décadas de mala alimentación, ha perdido parte de la audición y de la visión y tiene un tumor en una mama.

Apenas puede trabajar y lo poco que gana con sus creaciones de bijouterie lo destina a medicamentos.

"La violencia empezó cuando éramos novios, pero yo no me daba cuenta. Era muy celoso y a la vez me decía que yo no servía para nada, y yo creía que no tenía otra alternativa para casarme que no sea él. Me casé a los 20 años. Para colmo, si discutíamos, mi mamá no me apoyaba; me decía que los trapitos sucios se lavaban en casa. Así que nadie sabía, ni mis hijos, lo que yo soportaba", relata Emilia.

El matrimonio tuvo dos hijos, y cuando Emilia esperaba al tercero, él la empujó y la hizo caer. Se le produjo una hemorragia y perdió al bebé. "Me desmayé y cuando me desperté me encontré en un lugar sucio, no era ni sanatorio ni hospital. Estaba en una cama sobre unos papeles de diario. Me toqué el vientre y me di cuenta de que estaba vacía. Sentí un dolor muy intenso, que todavía lo padezco porque sigo con la incertidumbre sobre ese niño que no nació", rememora.

El ex marido de Emilia la acusaba, por un lado, de tener amantes, y por otro, de ser mala madre, mala amante y sucia. "Llegué al extremo de bañarme varias veces al día", cuenta. Las palizas se alternaban con la humillación de andar con otras mujeres (a las que ella llegaba a conocer), de dejarla durante días sin darle dinero para la comida ("me arreglaba con la jubilación de mi mamá") y de obligarla a darle la mano cada vez que salían juntos para que los vecinos creyeran que era un matrimonio unido.

Culpable de ser flaca
"Yo veía el prototipo de mujer que mi marido buscaba, y eran todas gorditas. Entonces pasé por etapas durante las que me obligaba a comer, y me desesperaba por engordar porque me sentía culpable y pensaba que él hacía lo que hacía porque yo era flaca. Pero no podía engordar; vomitaba todo lo que comía. Recién ahora entendí que el problema no era yo. Y que soy delgada y lo acepto".

Emilia trató de encontrar una salida en el hockey, que había practicado desde chica, y solía ir a un club con su hija. "Muchas veces, cuando volvía, él dejaba entrar a mi hija en la casa, y a mí no. Entonces me tenía que ir a dormir al refugio de la parada de colectivos, en la esquina de mi casa, frente a una placita, con la ropa transpirada y sucia", detalla.

El ex marido también se ocupó de aislarla. Cada vez que recibía la visita de alguna amiga o familiar, le recriminaba: "esos vienen a traerte información de tus machos". Emilia empezó a poner excusas, a decir que no iba a estar en la casa o que se encontraba enferma hasta que la gente dejó de visitarla.

Antes de que él se fuera a Francia (siguiendo a una mujer), ella comenzó a sufrir convulsiones, porque sus ataques de pánico habían aumentado. Un día le agarró una parálisis y fue internada. No quería salir del hospital. Pero sus hijos la obligaron. Él les había prometido que si convencían a Emilia de volver a la casa los iba a llevar de vacaciones. Nada de eso pasó. Los dejó en la casa y se fue a Francia.

Para entonces ya había muerto la mamá de Emilia y ella no tenía cómo alimentar a sus hijos. Dejó a uno en la casa de amigos y a otro en la de un familiar. Le habían cortado la luz. Y vivió en la oscuridad durante casi un año, trabajando desde las seis de la mañana hasta las 11 de la noche en un prostíbulo como cocinera, por un salario de $ 10 por día.

"Yo lo había denunciado varias veces por agresiones físicas. No sé cómo le dieron el pasaporte y cómo pudo salir del país. Incluso volvió hace cuatro años y entró a mi casa por la fuerza; lo volví a denunciar, y otra vez logró irse. Hice muchos intentos pero no he conseguido que me ayuden a hacerle un juicio para que me pase alimentos, porque él me ha dejado tan mal física y psicológicamente que yo prácticamente estoy imposibilitada de trabajar", confiesa.

"En el aire"
"Cuando logramos zafar de la situación de violencia en la casa, las mujeres quedamos en el aire, sin obra social, sin trabajo, es muy difícil. La sociedad, el Estado, no sé, tendrían que tener algún tipo de plan para nosotras", demanda.

No obstante, Emilia no se queda en el papel de víctima. La ayuda y la contención que recibió en uno de los muchos grupos que asisten a mujeres golpeadas le permitió encontrar su veta creativa y ahora diseña y fabrica bijouterie muy colorida y muy original. "Estoy esperando que me den un microemprendimiento del Gobierno. Tengo que volver a mi casa y bastarme por mí misma", se dice y se repite con la esperanza de encontrar una salida definitiva a su infierno de más de 30 años.